Diciembre 2010
Aunque no haya nieve, el sol queme con solo rozarte y tu cuerpo este ardiendo por el esfuerzo de subir, a 5.600 metros de altitud hace frío, y lo sientes constantemente.
Ese frío, un viento ensordecedor, y los cientos de picos del himalaya que te rodean ayudan a que uno de los primeros sentimientos que le invaden a uno a esas altitudes, la pequeñez, sea demasiado intenso.
Juraría que allá arriba no huele a nada. El frío te anula el sabor y el tacto. Solo se puede oír el viento, alguna piedra caer, el hielo de los glaciares crujir y tu propio aliento . Así que el sentido que queda se agudiza, todo es un espectáculo para la vista.
En el escaso tiempo que estas allí arriba, un montón de sensaciones se enredan. Es difícil de explicar. Esas sensaciones hacen que en cuanto bajas solo pienses en subir otra vez, como si te hubiesen dejado ver un pequeño trozo de lo más puro de la esencia de la existencia, y nada mas importe demasiado ya. Impone, pero es terriblemente adictivo.
No puedo ni imaginar lo que sienten los que hacen cumbre.
Un placer haberle conocido en persona, Mr. Everest.
Kala Patthar