Noviembre 2010 / Mayo 2014
La caligrafía Tibetana es una de las más bonitas que existen, elegante, pacifica.
Paseando por este país, si, digo este país, porque pese a la más que evidente y real invasión china, no parece pertenecer le, se respira algo diferente, se respira antigüedad, se respiran las raíces de una civilización milenaria que por asentarse en una tierra tan hostil y en condiciones tan duras no ha cambiado mucho su esencia.
Paseando por aquí, decía, no es tan fácil ver esa bonita caligrafía, salvo, claro está, en los lugares más inaccesibles y/o en los más tradicionales como los monasterios budistas y algún puesto de los mercados en los barrios más antiguos. Esa ausencia es el signo más evidente, a parte de una analfabetización, de la gran invasión. Las ciudades están escritas en chino, rótulos de comercios, carteles publicitarios, señales viarias, etc….. aun así las dos culturas coexisten sin mezclarse, los límites casi se pueden tocar hasta para alguien que se pasea poco tiempo por este país como yo. Bueno, debería decir que me pasean, si, supongo que pasearse uno por este país, como casi todo, es posible, pero difícil. Es mucho más fácil si te pasean. Si te pasean, es más fácil pasar la exigente frontera, mas fácil cubrir las largas distancias sin habitar que separan las poblaciones situadas entre 3000 y 5000 metros de altitud, y es más fácil comunicarse en un país donde se habla únicamente chino y tibetano.
Uno de esos paseos, el más impresionante que se puede dar en el Tíbet la primera vez que uno lo visita, es alrededor del templo budista Jokhang, en Lhasa, la capital, en plena peregrinación. Dos veces al año, una en invierno y otra en verano, los tibetanos, que pueden, peregrinan al templo para visitar a el Jowo Sakyamuni, una estatua del buda que según la leyenda tallo un artista observando al natural al mismísimo Siddhartha.
De pie colocando los brazos por encima de la cabeza con las palmas de las manos juntas, bajarlos a la altura de la frente, caer de rodillas al suelo, estirar el cuerpo tocando con las palmas de las manos y la frente en el suelo, volver a levantarse, andar tres pasos y repetir. Así es como los más devotos recorren cualquiera que sea la distancia que les separa de sus hogares hasta el templo, añadiendo para rematar, las tres vueltas, siempre siguiendo las agujas del reloj, que hay que darle al templo por la calle circular Barkhor que lo rodea.
¿Cuánto se puede tardar en recorrer, decenas, cientos o a veces miles de kilómetros a tres pasos cada 15 segundos? La respuesta no es otra que TIEMPO……..pero el tiempo no es ningún problema para los budistas, y menos aun para los budistas Tibetanos, tienen infinitas vidas para hacerlo, una detrás de otra, y de otra, y ……….