Julio 2011
Tal vez me pareció autentica por mi poco conocimiento sobre lo auténtico. Tal vez me lo pareciera por el cálido reencuentro con el agua salada, o porque fue mi primer contacto con el océano indico. No sé, lo más seguro es que fuera porque ya llevaba casi 3 meses de viaje bastante difíciles. La realidad fue, que cuando iba en esa pequeña barca que te acerca desde el continente, después de más de 24 horas de viaje desde Nairobi en distintos transportes terrestres, habiendo pasado ese calor que solo hace en el ecuador y viendo, en la oscuridad que a las 9 de la noche hay allí, todas esas luces iluminando el pueblo con las calles vacías y en silencio, supe que me iba a quedar una temporada.
Lamu es una de las pequeñas ciudades con más historia y más auténticas que he visitado en África. A mí me pareció un pequeño pueblo. Está en una pequeña isla perteneciente a un archipiélago que lleva el mismo nombre, al norte de Kenia, cerca de la frontera con Somalia. Es patrimonio de la humanidad por la Unesco. Por esta pequeña ciudad han pasado a lo largo de miles de años desde los bantúes, hasta los europeos, pasando por los árabes, persas y indios, y las influencias de todas esas culturas aun se pueden percibir.
La ciudad la forma un amasijo de calles estrechas y laberínticas, angostas, sombrías y cercanas, típicas de una clásica distribución urbanística árabe. Con las canales abiertas en el suelo de todas ellas, para conducir el agua sucia y de lluvia. Saturada de mezquitas, a veces casi invisibles. Burros como único transporte terrestre. Y un montón de gente. Tiene una gran plaza, custodiada por dos enormes arboles y liderada por un antiguo fuerte que ahora hace de museo. En esa plaza te quedarías sentado observando la vida lugareña sin cansarte horas y horas.
Recorrer el paseo marítimo en pleno día es creer que estas en un cuento de las mil y una noches. Numerosos dhows (las típicas barcas de madera a vela del océano indico) salen a pescar o a pasear a los turistas o a cargar y descargar gente y mercancía que llegan o se van de la isla. Y montones de gente se agolpan intentando conseguir un trabajo por unas horas, ayudar en lo que sea y así ganarse algo de dinero.
Mi visita a Lamu coincidió con el ramadán. Yo estaba allí el día que todo el mundo se visto con sus mejores galas y en una especie de fiesta popular esperaron al ocaso del día para ver si la luna asomaba por fin y así poder inaugurar el ayuno. Puede vivir la fiesta que significaba que cada día se escondiera el sol. Me dormía y despertaba con los diferentes cantos de los diferentes muecines de cada diferente mezquita llamando por los altavoces a la oración con diferentes sermones. Al principio fue duro, pero reconozco que acabo gustándome, era como si te cantaran una nana.
Solía desayunar en un hotel que tenía el restaurante en el makuti, la azotea, a la sombra de esas increíbles y tradicionales construcciones de tejados con estructura de madera y cubierta de palma de coco, la mejor sombra que uno puede tener a esas latitudes, la palma de coco. Desayunaba un “especial” café filtrado con unas pankakes (especie de tortitas) y me tiraba allí más de una hora y pico charrando con la dueña y su hijo, una oriunda que había emigrado a Italia, se había casado con un italiano y después de su muerte había vuelto, con otra mentalidad, a hacer negocio en su ciudad natal. Digo “Especial” café filtrado, exclusivamente porque la dueña era medio italiana, ya que en Kenia, uno de los países más importantes exportadores de café en África, no toman café, suelen tomar el té, herencia no sé bien si de los ingleses o de los árabes.
Después de desayunar me iba a Anidan, una ong española en la que hice unos buenos compañeros ………