M o ç a m b i q u e

 

Enero 2012

Recuerdo cuando Samuel, el barman del Baobab backpackers donde estábamos alojados en Vilankulos, una tarde que estaba sentado solo en una de las mesas que dan al mar, dijo solemnemente: “ya está, lo he visto, Funso acaba de pasar”.
Mi paso por Mozambique lo recuerdo como una continua espera a Funso. A mi llegada pase algo más de una semana relajada al norte del país, entre Ilha de Mozambique y Pemba, pero el resto del mes Funso fue el protagonista.
En los tres primeros meses de cada año a la costa del sureste de África le azotan una media de 7 ciclones. Viví los pequeños coletazos de uno de ellos, al que bautizaron Funso. Cielos encapotados, vientos huracanados, lluvias fuertes a intervalos, océano demasiado revuelto, carreteras, mejor dicho carretera (la única que existe que recorre Mozambique de norte a sur) cortada, un rio desbordado, un puente derrumbado, inundaciones, y una constante incertidumbre por las idas y venidas del ciclón. La indecisión de Funso nos tenía atrapados. Por un momento la alerta se desataba y llegaban noticias de que en unas horas Funso llegaría desde el interior del Océano. Horas después había decidido irse hacia Madagascar. Y más tarde volvía otra vez.
Por esa época estaba viajando con 3 españoles de Cantabria. Nos habíamos conocido en Tofo, al sur del país, un par de días antes de la aparición del ciclón. Solo teníamos una opción para huir del susodicho, ir hacia el norte, la carretera hacia el sur estaba cortada. En Vilankulos nuestro entretenimiento era básicamente tomar cervezas, comer anacardos y abusar del humor negro mientras esperábamos noticias. Avisamos a la embajada española en Maputo para que supieran de nuestra existencia en caso de necesitar un posible rescate. Nos llamaban cada 6 horas para darnos la poca información que tenían. Poco más podíamos hacer. Bromeábamos con encerrarnos en los baños (única construcción algo más consistente en todo el backpackers, algo que no estaba construido de palos y palma de coco) pero si no recuerdo mal, y dada la escasez de medios, ahí se acababan las ideas más constructivas. Lo más triste es que era imposible conseguir noticias por ningún medio, a parte de alguna página web de algún grupo adicto a estos accidentes meteorológicos que conectábamos vía teléfono, o las noticias locales de la televisión, nada más demasiado fiable nos indicaba la situación. Esa es la poca importancia que tienen estos hechos en el resto del mundo. Verdad es, que la gente local se lo tomaba de otra manera, ni nervios, ni estreses, ni desesperación. Al principio nos sorprendió como se reían ante nuestra preocupación. Parecía que los ciclones formaran parte de su rutinaria vida, nadie hacia nada para protegerse. Cosas de esa magnitud las dejan en manos de Dios. Él construirá el destino, después habrá que asumir lo que nos asigne, que con suerte no será nada malo. Increíblemente esa actitud de indiferencia y sumisión, sin tener en cuenta la causa, acaba siendo contagiosa.

Así que se podría decir que vivimos Mozambique de otra manera. Nos perdimos las ballenas jorobadas que se pueden ver en la salvaje costa de Tofo, los tiburones, delfines o tortugas marinas que rondan por ese litoral indico, y en fin, una inmensa biodiversidad que existe en el paraíso por descubrir que aun es la costa de Mozambique. Hasta el ciclón, eso, por suerte, nos lo perdimos también.

Si tuviera que ponerle un titulo a mi paso por Mozambique, sin duda sería “Funso acaba de pasar”. Nadie más nos dimos cuenta, pero Samuel lo vio, y así fue, Funso paso de largo.
Cuatro días después abandone Mozambique.